El precio de haber sacado los sentimientos de la escuela
Una conversación con Ken Robinson
por Marcelo Vazquez Avila
Brillante orador y
escritor superventas, Ken Robinson asesora a Gobiernos e instituciones para
promover un sistema educativo que no encorsete el talento y se tome en serio la
creatividad.
Ha sido asesor del ex primer ministro británico Tony Blair y
de más de una decena de Gobiernos. La reina Isabel II lo nombró caballero en
2003 por el fomento de las artes, es uno de los pensadores educativos más
solicitados de las últimas dos décadas. Y predica un mensaje devastador para la
escuela tradicional: los niños nacen con cualidades que, a menudo, el sistema
entierra. Su colegio, al que llegó por casualidad, le cambió la vida.
Como llegó a ser quien es
Ken era un crío de rizos pelirrojos que perseguía un balón en
el barrio de Walton, en Liverpool, cuando su padre sentenció: “Este niño jugará
al fútbol en el Everton”. Pero la polio se cruzó en su camino, lo enviaron a un
centro de educación especial para los descartados del sistema, niños con
problemas físicos o retrasos en el aprendizaje. En aquella clase, que él define
como “un montón de individuos diferentes que recordaba a la cantina de La
guerra de las galaxias”, sus profesores, fomentaron las aptitudes que lo han convertido
en uno de los grandes referentes de la enseñanza y en un prolífico escritor de best
sellers. El inglés se apoya en un bastón –tiene la pierna derecha más corta
que la izquierda–, tiende una mirada brillante y enarbola un discurso rotundo: “Pagamos un precio muy alto por sacar los
sentimientos de la escuela”.
“LA GENTE PIENSA QUE ES UNA EXCENTRICIDAD DECIR QUE LA ESCUELA
FUNCIONA COMO UNA FÁBRICA”
“Pero es cierto. Se divide en compartimentos separados, a los
que la gente acude durante unas horas fijas; los días se distribuyen en bloques
de tiempo y los alumnos son evaluados de forma periódica para saber si son
aptos para seguir ahí. A los que no se adaptan se les responsabiliza de su
fracaso, pese a que es el sistema el que les ha fallado. La gente entiende esto
y cada vez hay más colegios que quieren aplicar otras teorías”.
Hace 15 años que vive en Los Angeles. Tras dar clases en la
Universidad de Warwick, Inglaterra, recaló allí con su mujer, Terry, también de
Liverpool y escritora, y con sus dos hijos, James y Kate.
“El Elemento. Descubrir tu pasión lo cambia todo”, se ha traducido a 21 idiomas y es su libro más
conocido. Contiene las historias de éxito que desgrana en sus charlas. Habla,
por ejemplo, de cómo Matt Groening, el creador de Los Simpson,
encontró su camino cuando se enteró de que “había otras personas que no sabían
dibujar pero vivían de ello”. O del economista Paul Samuelson, que siempre
consideró los números “pura diversión”.
Las escuelas y la
Creatividad
En febrero de 2006 protagonizó una charla en TED –organización
pionera en proponer un formato de conferencias breves que se difunden por
Internet–, que desde entonces suma una media de 10.000 visionados diarios y
roza ya los 40 millones. En aquella ponencia de 19 minutos y 24 segundos, que
tituló ¿Matan las escuelas la creatividad?, cuenta la anécdota de
una niña retraída que siempre pintaba en clase. “¿Qué dibujas?”, le preguntó la
maestra. “Estoy pintando a Dios”, respondió. Cuando su profesora le hace
entender que nadie lo ha visto nunca, ella replica: “Mejor, en cinco minutos
podrán saber cómo es”.
Bailar es tan importante como sumar
“Creo que la gente que
piensa que bailar no es importante, probablemente ni baila ni nunca lo ha
intentado. Y lo digo en serio. Los humanos tenemos un cuerpo, no somos
programas, y nuestra relación con él es fundamental para nuestro bienestar.
Muchos problemas del mundo civilizado tienen que ver con la diabetes o la
depresión.
En Estados Unidos hay una generación de jóvenes que, por primera
vez, puede que vivan menos que sus padres debido a enfermedades cardíacas y
otras dolencias vinculadas a una dieta pobre y poco ejercicio. El sistema
educativo trata la vida humana como si solo importase lo que existe entre las
dos orejas. La danza está relacionada con el resto de las artes y ciencias, y
yo defiendo una concepción holística de la inteligencia. Además, resulta que
hay un montón de matemáticas en la danza, pregunte a cualquiera que baile
profesionalmente”.
El Gobierno británico le pidió formar una comisión nacional
para asesorarle sobre cómo potenciar la creatividad en la escuela de los 5 a
los 18 años. ¿Ha cambiado el sistema educativo desde su informe?
“El mundo evoluciona rápida y profundamente, y los sistemas
educativos que funcionaban en el siglo XIX no sirven para los retos actuales.
Cuando Blair llegó al poder lideró una serie de reformas que tuvieron justo el
efecto contrario: más estandarización, más pruebas, un currículo menos
flexible. Así que unos cuantos le dijimos que, ya que lo pregonaba, debía
tomarse en serio la creatividad. Si defiendes la alfabetización y te importa
que la gente aprenda a leer y a escribir, no te limitas a dejar libros a su
alrededor a ver si muestran interés. Si vas en serio con la creatividad,
necesitas una estrategia para impulsarla, por eso reuní a 50 personas y creamos
una comisión gubernamental para diseñarla”.
¿A quién perjudica el sistema actual?
Cuando ves a niños a los que la escuela les da un mal
servicio, que abandonan las aulas pensando que son estúpidos y acaban en las
calles como pandilleros, en la cárcel, en trabajos precarios o que hunden su
vida en antidepresivos y alcohol… No digo que la educación sea la respuesta a
todo esto, pero creo que un mejor comienzo vital les brindaría la oportunidad
de descubrir sus auténticas cualidades y elegir su camino. Esto ocurre a menudo
en los buenos colegios. Hay profesores estupendos que son capaces de rescatar
niños al borde del abismo y encauzarlos. Cuando digo que es una cuestión de
derechos humanos no es una exageración: la gente tiene derecho a dirigir su propia
vida.
¿Cuál es el papel de los padres?
Ahora trabajo en un libro dirigido a ellos, porque me
preguntan mucho, y a veces las familias son parte del problema. Muchas de las
presiones que llegan a los colegios provienen de padres angustiados por la
educación de sus hijos. Otros muchos consideran que el sistema vigente está
bien y piden más deberes y programas de refuerzo. Creo que les puedo ayudar
porque solo conocen el modelo que vivieron ellos, y hay algunos mitos que me
gustaría desterrar porque así presionarán para lograr un cambio.
¿Cómo educó usted a sus hijos? Me lo preguntan mucho y siempre respondo que cada niño
es único. Mis chicos –el mayor, James, tiene ahora 31 años, y Kate ha cumplido
26– compartieron colegio en Inglaterra durante un tiempo. Para él era bueno,
pero para ella no tanto. A James le interesa más la teoría, y a Kate, el diseño
y la danza, y esa escuela era muy académica, así que decidimos cambiarla.
Nos
mudamos a Los Ángeles cuando ya eran adolescentes y la situación se repitió. Al
final, sacamos a Kate del centro a los 16 años y la educamos en casa. Mi mujer
se encargó de casi todo. Le diseñamos un programa y luego fue al colegio
universitario [con titulaciones de dos años]. Lo curioso es que ahora le fascina
la educación. No la hemos convencido nosotros, pero seguramente nuestra
trayectoria le ha influido: dirige un proyecto del Gobierno finlandés, The
HundrED, concebido para identificar los cien programas de enseñanza más
innovadores del mundo.
Y en ello está hoy aunque
otros comenzaron antes como María Montessori y J. Dewey que han reclamado una aproximación
más humana y personalizada y no se asemeje a una cadena de producción industrial
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