Con un propósito en la vida
Por Marcelo
Vázquez Ávila
“Quien
tiene un porqué para, vivir, encontrará casi siempre el como”
Esta frase nietzscheana fue citada
por el eminente psiquiatra y neurólogo judío-austríaco Viktor Frankl (1905-1997), sobreviviente a
varios campos de concentración nazis y fundador de la Logoterapia, en su libro El hombre en busca de sentido (1946). Los libros de Frankl con su filosofía de
vida han sido decisivos en la vida de miles de personas. De ahí que su obra sea
utilizada hoy en todo el mundo por psicólogos, trabajadores sociales,
pedagogos, médicos generales, filósofos y humanistas en general. Sus libros son
aplicados en campos muy diversos, pero en todo caso, apuntando a un mismo
objetivo: ayudar a las personas a que superen sus desgracias y a que enfrenten
la vida con valor y decisión.
Son enseñanzas y el legado de un hombre
que padeció las adversidades de la vida en carne propia, una persona que aún en
su estado más mísero tuvo la valentía de afirmar: “el talante con el que un
hombre acepta su ineludible destino y todo el sufrimiento que le acompaña, la
forma en que carga con su cruz, le ofrece una singular oportunidad- incluso
bajo las circunstancias más adversas- para dotar a su vida de un sentido más
profundo”. lo que aprendemos de estos fragmentos de Frankl entre otras cosas,
es lo que puede hacer un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no
tiene "nada que perder excepto su ridícula vida desnuda". La
descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan
en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una
curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con
toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun
cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas.
El hambre, la humillación y la sorda
cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes
entrañables de las personas amadas, de la fe, de un tenaz sentido del humor, e
incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una
puesta de sol. Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de
vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo
insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema
central del existencialismo: vivir también es sufrir; sobrevivir es hallarle
sentido al sufrimiento.
Si la vida tiene algún objeto, éste no
puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en
qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la
responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá
desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Las palabras de Nietzsche: «Quien
tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo» pudieran
ser la motivación que guía todas las acciones psicoterapéuticas con respecto a
los prisioneros. Siempre que se presentaba la oportunidad, era preciso
inculcarles un porqué —un propósito— de su vivir, a fin de
endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia.
Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida, ninguna meta,
ninguna intencionalidad y por tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaba
perdido, decía Frankl.
Yo veo en estas palabras
un motor que es válido para cualquier otro ámbito humano. Los campos de
concentración nazis fueron testigos de
que los más aptos para la supervivencia eran aquellos que sabían que les
esperaba una tarea por realizar. Sabemos cuál es la nuestra?
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