Aprender a bailar un tango con la vida
Por Marcelo Vázquez Ávila
Envejecer no es precisamente un paseo por el parque, ¿verdad?
Es como aprender a bailar un tango con la vida: a veces vas rápido, a veces lento, y en ocasiones hasta te pisas los pies.
Tienes que acostumbrarte a ese paso más pausado, a sentir cómo se despide el que solías ser y a darle la bienvenida a ese nuevo yo que llega con una sonrisa y quizás un par de arrugas.
Cumplir años es un arte, una obra maestra con trazos de aceptación. En esta galería de la vida, hay que mirar con cariño ese nuevo rostro en el espejo, un rostro que ha acumulado historias, risas y, sí, también algunas lágrimas.
Es hora de lucir con orgullo ese cuerpo que ha llevado a cabo tantas aventuras, y de dejar atrás las vergüenzas y prejuicios que, seamos sinceros, ya no tienen cabida en este espectáculo.
En este viaje hacia la madurez, hay que aprender a soltar. Dejar ir a quienes solo estaban de paso y dar la bienvenida a quienes eligen quedarse. Ah, pero no es tan sencillo.
Es un reto, un rompecabezas que requiere la destreza de un maestro. Aprender a caminar solo, a despertar cada mañana y mirarte a ti mismo como el protagonista de tu propia historia, es parte del juego.
El espejo puede ser un compañero complicado; a veces te lanza miradas que te hacen cuestionarte. Pero aquí está el truco: aceptar que todo tiene un final, incluso la vida misma.
Saber decir adiós a quienes se van y guardar en el corazón los recuerdos de aquellos que ya partieron. Llora, suelta todo ese dolor hasta que sientas que has vaciado tu interior, como si fueses una esponja que necesita ser exprimida.
Y cuando eso ocurra, ¡prepárate! Porque de esa tristeza pueden brotar nuevas sonrisas, ilusiones renovadas y anhelos que brillan más que nunca.
Al final, envejecer es una fiesta: un collage de emociones en un lienzo lleno de colores brillantes, donde cada arruga cuenta una historia y cada cana es un pequeño trofeo por haber vivido.
Así que, ¡brindemos por el arte de envejecer!
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