Una peli de vaqueros

Por Marcelo Vázquez Ávila Los de mi generación crecimos con películas de vaqueros, esas que nos hacían soñar con caballos, pistolas y vastas praderas. En nuestro imaginario, el cowboy era la figura épica: un hombre solitario, con su sombrero de ala ancha y una mirada desafiante hacia un horizonte que nunca dejaba de llamarlo. La escena clásica se repetía: el sol se ocultaba detrás de las montañas mientras él galopaba, dejando una estela de polvo y soledad a su paso. Era la imagen del macho alfa, no le llamábamos así, que podía con todo, un héroe que no necesitaba a nadie. Pero claro, en esas películas nadie se detiene a pensar en lo que pasaba después. ¿Quién le daba un abrazo al cowboy después de un largo día de enfrentarse a bandidos? ¿Quién le preparaba una taza de café mientras le contaba que la vida era más que un duelo al amanecer? La verdad es que nuestro vaquero, a pesar de su valentía, se enfrentaba a la soledad más abrumadora. A menudo, se l...