Una peli de vaqueros
Por Marcelo Vázquez Ávila
Los de mi generación crecimos con películas de vaqueros, esas que nos hacían soñar con caballos, pistolas y vastas praderas.
En nuestro imaginario, el cowboy era la figura épica: un hombre solitario, con su sombrero de ala ancha y una mirada desafiante hacia un horizonte que nunca dejaba de llamarlo. La escena clásica se repetía: el sol se ocultaba detrás de las montañas mientras él galopaba, dejando una estela de polvo y soledad a su paso. Era la imagen del macho alfa, no le llamábamos así, que podía con todo, un héroe que no necesitaba a nadie.
Pero claro, en esas películas nadie se detiene a pensar en lo que pasaba después. ¿Quién le daba un abrazo al cowboy después de un largo día de enfrentarse a bandidos? ¿Quién le preparaba una taza de café mientras le contaba que la vida era más que un duelo al amanecer? La verdad es que nuestro vaquero, a pesar de su valentía, se enfrentaba a la soledad más abrumadora.
A menudo, se le olvidaba que no estaba hecho para ser un lobo solitario, sino para compartir la vida en comunidad. Y así, entre risas y reflexiones, nos reunimos un grupo de amigos en un café del barrio, donde las conversaciones se entrelazaban como las historias de las viejas películas que tanto amábamos
Uno de ellos, un emprendedor con más ideas que experiencia, comenzó a hablar de su nuevo proyecto. "Voy a ser el nuevo vaquero del mercado", decía con una sonrisa desafiante. "Nadie puede detenerme".
Todos asentimos, recordando a nuestro cowboy montando en su caballo, pero en el fondo, sabíamos que la historia no acabaría bien. Días después, tras un par de tropiezos y muchas horas de trabajo, mi amigo se dio cuenta de que el verdadero desafío no era el mercado, sino la soledad de tener que hacer todo él solo. "¿Dónde están mis socios? ¿Y mis clientes?", se preguntaba mientras miraba la hoja en blanco de su plan de negocio. De repente, entendió que no podía construir un imperio a base de su propio esfuerzo. Se dio cuenta de que necesitaba un equipo, personas que compartieran su visión y lo apoyaran en el camino. Y así, con humildad, comenzó a buscar aliados. Se rodeó de amigos, colegas y hasta de aquellos que antes consideraba competencia.
Pronto, el vaquero solitario se transformó en un líder de comunidad, un cowboy que ya no cabalgaba solo hacia el horizonte, sino que guiaba a un grupo de soñadores hacia la puesta de sol, juntos.
La lección fue clara: en este mundo, no hay espacio para vaqueros solitarios. La verdadera fuerza radica en la capacidad de reconocer que, aunque a veces nos sintamos invencibles, todos necesitamos un equipo, una comunidad, un grupo de locos soñadores que nos ayuden a alcanzar el horizonte.
Porque al final, la vida es mejor cuando se comparte, y el viaje, aunque lleno de desafíos, se convierte en una aventura mucho más divertida.
Comentarios
La verdadera fuerza, amigos míos, no se encuentra en el polvo que levantamos al galopar solos, sino en la magia de reconocer que, aunque a veces nos sintamos como superhéroes de capa y todo, todos necesitamos un equipo. Imaginen un grupo de locos soñadores, cada uno con su propia locura, pero unidos en una danza caótica hacia el horizonte.
Porque, al final del día, hasta el vaquero más intrépido necesita un compinche que le diga: "¡Eh, no te olvides de la brújula!" Y así, entre risas y sueños compartidos, descubrimos que la verdadera aventura no es la búsqueda de cada uno, sino el viaje colectivo que nos lleva más allá de lo que jamás imaginamos.