Tres generaciones

En muchas casas, tres generaciones se sientan a la misma mesa… y a veces parece una cumbre internacional sin traductores. Comparten el pan, sí; pero no siempre comparten el mismo mapa emocional. Los abuelos llegaron con el mandato tatuado en el ADN: sobrevivir. Trabajar, sostener, aguantar. Si la vida era una tormenta, ellos eran el techo. Nuestros padres crecieron con otra brújula: vivir mejor. Estudiar, progresar, “llegar”. Si la vida era una escalera, ellos subieron peldaño por peldaño. Muchos hijos, en cambio, traen un motor distinto: quieren ser felices. Sin culpa y con Wi‑Fi. Si la vida es un viaje, ellos preguntan si hay ventana y playlist. Y me parece hermoso verlo así. No para señalar con el dedo, sino para tomar de la mano. No para juzgar, sino para entendernos. Cada generación hizo lo mejor que pudo con lo que tenía. Con sus miedos, sus herramientas, sus sueños y sus silencios. Y cada una dejó una base: cimientos, escalones, mapas. Nos toca construir sin romper lo que sostiene. El reto de hoy no es ganar la discusión, es conservar la conversación: - Escuchar más (no para responder, sino para comprender). - Agradecer la historia (la propia y la ajena). - Honrar el esfuerzo (lo visible y lo invisible). - Permitir nuevas maneras de vivir (aunque nos desacomoden la silla). Porque quizá la verdadera evolución familiar sea esta transición simple y a su vez, enorme. de sobrevivir → a vivir bien → a ser felices todos. Que en esa mesa haya pan, risas y permiso. Que los abuelos enseñen a resistir, los padres a avanzar y los hijos a disfrutar sin culpa. Y que, entre sorbo y bocado, descubramos que no venimos del mismo lugar emocional… pero podemos llegar juntos al mismo hogar. Salud 🥂

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