"Por el Placer de Volver a Verla"



por Marcelo Vázquez Avila
Obra: Por el placer de volver a verla. Autor: Michel Tremblay. Intérpretes: Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza. Escenografía: Miguel García de Oteyza. Iluminación: Daniel Bosio. Dirección: Manuel González Gil. Producción: Concha Busto. Lugar: Teatro Amaya–Madrid

Un poco de historia

Miguel Ángel Solá sufrió un accidente que le obligó en el mes de enero pasado a retrasar 'sine díe' el estreno de 'Por el placer de volver a verla' de Michael Tremblay que estaba previsto en el Teatro Amaya de Madrid para el 18 de enero. El actor argentino regresaba al escenario madrileño acompañado por su mujer Blanca Oteyza, pero aquel inoportuno accidente (si los hay oportunos) en su domicilio, le impidió el estreno en Madrid.

No es la primera vez que Solá sufre un incidente similar y se ve obligado a paralizar un proyecto. El 26 de septiembre de 2006 se le desgarró la médula al ser aplastado por una ola gigante mientras nadaba en una playa en Las Palmas de Gran Canaria. Una circunstancia que casi lo deja parapléjico.

«Estábamos en la playa, a punto de irnos», relató en su día Blanca Oteyza. Pero Miguel decidió entrar una vez más al mar, con la mala suerte de que repentinamente una enorme ola se lo tragó. Yo no me di cuenta hasta que la gente comenzó a gritar: ‘¡Un ahogado!, ¡llamen a la Cruz Roja!’. En ese instante, vi que cuatro chicos lo estaban sacando del agua. En un segundo, la ola lo había arrojado contra el fondo, dejándolo paralizado».

Persona y personaje

Veo en Miguel a una de esas personas generosas, serviciales, volcadas en darse a los demás a través del teatro y en el día a día y por lo tanto las menos proclives a caer en el desánimo y la desesperanza. Hace un tiempo Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes de aquella recordada epopeya de los Andes, nos decía que: “En la mente entra un pensamiento a cada instante. Podemos elegir pasarlo lo mejor posible o ser los más infelices del mundo. Podemos convertir un pensamiento débil y negativo en otro positivo y fuerte”. Si la actitud positiva es, en última instancia, una cuestión de carácter, un ejercicio de libertad interior capaz de fabricar una respuesta recia y solvente, por la que unos se levantan, y otros se achican y abaten, comprobé este lunes que en el escenario encontraba la respuesta a esa pregunta delicada que sólo la experiencia y la vida pueden contestar. La excelencia personal de este par de actorazos que incluye valores como la amistad, el compañerismo y el afán de servicio, es el mejor pivote para un equipo que aspira a crear un clima propicio para el genio y el desarrollo del talento humano. Miguel y Blanca, unidos física y moralmente en las pequeñas tragedias y adversidades cotidianas, saben preservar y canalizar hacia el bien común la personalidad de cada uno.

La obra teatral

La obra está dirigida por Manuel González Gil, basada en el libro homónimo del escritor canadiense Michel Tremblay y adaptada por los propios actores y el director. Manuel –como suele decir él mismo- ha sido, es y será autor de teatro, docente, director teatral y profesor de Arte Escénico. Ha transitado varios géneros del arte teatral y muchos caminos de Latinoamérica y España, tierra de su padre y de sus ancestros, haciendo... teatro.

De la doble tarea de autor y director, surge su gran éxito “Hoy: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain”, lo considera su gran éxito por todo lo que despertó en el público, por el entrañable lazo que dibujó para siempre con Blanca y Miguel y por la repercusión abrumadora que logró en cuanto lugar se representó. Hubo más obras: “Porteñas”, de cuya adaptación nace “Gatas”, “Made in Lanús” que aquí en España se conoció como “Made in Argentina”; entre muchas otras.

En el Teatro

Tuve la ocasión de ver la función este lunes por segunda vez. Avanzada la obra, uno de los personajes dice parafraseando a Saint-Exupéry: " Lo esencial es invisible a los ojos". Por mi parte completo lo escrito en El Principito: “Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos” y quiero agregar que esta vez, la esencia es evidente, visible, se materializa en la enorme categoría de dos grandes actores, Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá, que a través de un texto tierno, sencillo y por eso profundo, que habla de las cosas importantes que dan sentido a la vida, te hacen ver las razones por las que merece la pena vivir; como decía recientemente el mismo Solá.

La obra nos presenta a un autor teatral que nos propone aceptar que alguien es único, cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle. Para probar que es así, y dar sentido a su última pieza teatral, deberá contar con la mujer que hará que su nostalgia adopte el rostro de la felicidad. Ante el público -sumergiéndose en un pasado muy presente-, sin prejuicios, ni preconceptos, ni humillaciones, ni miedos, ni desgarros tortuosos, iniciará un viaje al corazón abierto del teatro. Esta pequeña gran obra trata del infinito placer de comprobar que la realidad y la verdad no son la misma cosa. Y que uno puede seguir llorando y riendo junto a quien se supone dejó de ser realidad, porque, con la verdad puede traerle cuantas veces quiera.

'Por el placer de volver a verla' es una pieza de emociones, sensaciones y sentimientos, cuyo tema central nos habla del amor materno. En ella el actor argentino encarna a Miguel, un escritor teatral que, sin prejuicios ni miedos, cuenta la importancia que tiene en su vida, Nana, su madre; una mujer soñadora pero a la vez obstinada, luchadora, inteligente e infatigable; hecha realidad por esa señora actriz que es Blanca Oteyza.

Ha querido el mismo autor convertirse en el personaje de esta comedia. Será también él mismo quien explicará su sentido escénico. Comienza con un discurso –una exhibición actoral- en el que intenta romper los estilos y temas de la historia teatral, mencionando a autores, o citando frases entre títulos tradicionales y contemporáneos. Él afirma que ha descubierto que el teatro debe contar situaciones comunes sin decorados, solo con actores. Lo demás sería inútil. Cuando sube el telón, veremos ya a la madre Nana y al hijo Miguel que retrata al protagonista a sus cuatro o cinco años de edad. Es un ser ya inteligente y desobediente que se permite interpelar la cultura clásica de su madre. En cada una de las tres partes de la obra se bajará el telón y, ante él, de nuevo Solá hablará al público como un humorista de show. En una interpretación tan transparente como convincente el actor argentino encuentra las risas durante toda la obra.

Miguel, nos invita a aceptar que nunca estamos solos, sumergiéndose en su pasado más presente: un viaje al corazón abierto del teatro. Sin prejuicios, ni preconceptos. Sin defensa, ni prevenciones; sin vergüenza, ni humillaciones, ni miedos, ni desgarros tortuosos; para que su nostalgia pueda adoptar el rostro humano de la felicidad, el escritor se atreverá a convocarla una vez más, anhelando seguir haciéndolo mientras el teatro diga sí.

El público será testigo de este viaje. Ella y él, nos invitan a creer que alguien es único cuando hace nacer en otro el infinito placer de volver a verle; y también, que, si no fuera eso el amor, tal vez se trate de lo más semejante al amor. Un amor común a todos nosotros

Esta pequeña gran obra nos habla de eso: del infinito placer de volver a reír y llorar junto a quien estará siempre rondándonos. Con delicada sensibilidad, un humor blanco sin golpes bajos y la capacidad de despertar sinceras emociones Pero, y por sobre todo, esta sencilla pieza nos invita a creer que el vacío es poca cosa cuando uno está lleno de alguien…

Hay que saber entrarle a este espectáculo que protagonizan con alma y vida. Los primeros minutos, tienen un cierto dejo a rompecabezas que poco después se va aclarando. Es en ese esclarecimiento cuando entra en escena Nana, su particularísima madre. Es en esa nueva propuesta dramática que este hombre pone en escena -dentro de la escena- un homenaje a esa mujer que le enseñó a hacer volar su imaginación. Así, la trae para ir recordando, palmo a palmo, los momentos de su vida más significativos, esos en los que ella fue dejando huella.

El personaje de Blanca es riquísimo y la actriz se lo echa al hombro con gracia y desparpajo. Podría pensarse que está pasado de revoluciones, que le sobran morisquetas y palabras, pero es precisamente eso -cuando se le hinca el diente al espectáculo- lo que la vuelve deliciosa (quizás es la manera en que quedó grabada en la memoria de su hijo). Es fácil encontrarle algo de la Julieta Massina de La Strada. Es cuestión de jugar su juego y disfrutarla, como lo hacía este hijo, Miguel, tanto de niño como de adulto.

El vínculo que crean estos dos talentosos actores a través de sus respectivos personajes tiene señales riquísimas y de fina sensibilidad. Hay escenas brillantes como la del diálogo (en realidad es casi un monólogo de Nana) que mantienen en el tranvía luego de ver una obra en la que ella ha quedado fascinada por la actuación de una de sus protagonistas. El texto ofrece la oportunidad de bucear en el mundo del teatro y de la gente que de verdad lo ama -tanto como actor o como espectador- de una manera muy clara.

Otro momento inolvidable es la reacción de Nana cuando se entera de la muerte de su cuñada. Blanca Oteyza hace atravesar a su personaje por un remolino contradictorio de sensaciones que no dejan de lado el humor. La puesta en escena despojada de todo ornato le da un aire onírico al espacio en lo que contribuye, y mucho, la iluminación.

La escenografía propuesta por Miguel García de Oteyza, es minimalista, para que trascienda épocas y permita al espectador meterse en los personajes para que, llegado el momento, acabe aflorando la propia historia de cada espectador.

Ambos actores estuvieron trabajando un año en la adaptación al español de este texto que resalta «el agradecimiento de un hijo a su madre, no sólo por haberle dado la vida, sino también por haberle ayudado a quedarse en este mundo y haberle impulsado a volar», destacó Solá en una entrevista con Europa Press.

«Creemos que es necesario contar lo que contamos y más en la época en la que estamos viviendo», destacó Blanca Oteyza. Así lo confirmó también Solá, quien puntualizó que comparten con el director esta visión de teatro «sencillo, para todos, no excluyente, que festeja la vida y que subraya el agradecimiento a los seres que nos han formado». En definitiva, «todo lo contrario a lo que cuentan los periódicos», sentenció el actor, quien criticó el escaso interés por este reconocimiento en la sociedad actual.

La sencillez es la clave en un escenario que se va poblando de personajes y de palabras. Hablar para sobrevivir. Interpretar en cada instante la vida con palabras para hacer de la vida un lugar tan pleno que puede considerarse un teatro. O el teatro. El dramaturgo, convertido en actor y director de la obra que vemos construirse ante nosotros, hasta en sus detalles de puesta en escena, tiene una única inspiración, su madre. Quizás podamos decir de manera absoluta: la madre. Lo que pretende es convertir a la madre en la fuente de inspiración, para a través de ella ir procurando desgranar de manera explícita de qué están hechos los sueños de los autores y de la importancia de las palabras, la observación de los comportamientos humanos en las situaciones más sencillas o extremas como los materiales básicos del teatro –y de la vida ordinaria- en su estado puro.

Mamá en el paraíso

Desde ese punto de partida el trabajo de los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Nos proponen un bello juego del que participamos de manera incondicional, e inmersos en esos vaivenes nostálgicos o emocionales, nos sumergimos en un mundo surgido ante nuestros ojos con los elementos más sencillos. La palabra, el gesto, el espacio escénico alterado con cuatro elementos bien aprovechados y una iluminación que apoya o se apoya en un espacio musical que marca el pulso interno. Es cuando esta historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora que nos compromete nos emociona. Así que al final, cuando Nana muere, no cae en el tremendismo, ni concede un mínimo territorio al horror de la muerte, simplemente da otra vuelta de tuerca a la propuesta y nos la manda directamente al paraíso. Se despide en el escenario como una gran actriz, un gran dama del teatro. Del teatro al teatro, de la realidad a la ficción, de la memoria al hecho teatral.

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