Empresa y Filosofía, Ayer y Hoy



por Marcelo Vázquez Avila


¿Qué son las organizaciones humanas, en su sentido más hondo? 
¿Qué puede aportarles la filosofía, esa ciencia, para algunos, oscura e incluso temible?





He aquí interrogantes, aparentemente sencillos, en los cuales el estudio de los fundamentos filosóficos puede ofrecernos cierta luz, digna de consideración. Porque el modo de actuar -sea o no una empresa- procede ante todo, de su ser y de un recto conocimiento del mismo y de sus causas. Sin embargo, este asunto constituye una tarea en relación con las organizaciones en general y las empresas en particular, todavía pendiente, cuyo deficitario estado actual conviene investigar un poco.

Un simple ejemplo podrá, tal vez, mostrarlo: si consultamos, hoy, los programas de estudio de la mayoría de las instituciones de educación empresarial como son las Escuelas de Negocio, apenas si registraremos en los mismos materias que nos proporcionen una formación humanística de cierta altura, y, aún menos, de carácter filosófico fundamental, salvo contadas excepciones.[1]

El positivismo y el utilitarismo: dueños de la visión moderna de la empresa

Acaso, una de las razones de lo anterior resida en que muchas organizaciones humanas, de nuestro tiempo, se han visto lamentablemente afectadas, desde mucho tiempo atrás, por determinados excesos de la filosofía positivista y el materialismo. Ello, en ocasiones, hasta un extremo brutal.[2] Algunas de las derivaciones menos afortunadas del “utilitarismo”, interpretado por desgracia a través de prismas muy defectuosos, y con frecuencia de acuerdo con sus lecturas más descarnadas, casi se han adueñado de la vida empresarial. Así, se ha promovido, en el conjunto de la sociedad, una forma de conocer y de actuar marcada, en exclusiva, por el puro “cálculo del interés”, algo profundamente contrario al auténtico ser del hombre, cuya racionalidad resulta mucho más rica, y que se integra en una personalidad dotada de muy diversos aspectos, como lo emocional, lo volitivo, lo vinculado a valores.[3]

El funcionalismo se ha apoderado, con demasiada frecuencia, de organizaciones de todo tamaño y sesgo, hasta conducir a muchas de ellas a una honda crisis institucional. La relación instrumental “sujeto-cosa” se ha convertido en un paradigma moderno de los vínculos humanos, y ha colonizado espacios de nuestro mundo –como el de la empresa- en los que su dominio genera una descarnada y abusiva “manipulación”. [4]

A este propósito, cabe aportar como ejemplo gráfico ilustrativo, centrado en el ámbito empresarial, y lleno de sentido crítico, las ya clásicas escenas inaugurales de la célebre obra cinematográfica “Tiempos modernos”. En ellas, Chaplin, con fino humor, denuncia -con el método de la reducción al absurdo- algunas lacras organizativas, en ocasiones demasiado frecuentes, como son la des-personalización o conversión del trabajador a un número y medio más, y los procedimientos de control abusivos, en aras de un supuesto incremento de la eficacia de los procesos de producción.[5]

¿Teorías organizativas, poco profundas?

La “teoría organizativa” ha parecido mostrarse, con harta frecuencia, ajena al hecho evidente del reduccionismo materialista. Ha escogido mirar hacia otro lado, ocupándose de aspectos de otro tenor, sin duda de menor calado, cual si ocultase cierta mala conciencia de un modo infantil, al distraer su atención hacia temas pretendidamente distintos. Éste es el fondo de la interpretación marxista, que primero denuncia ciertos excesos; pero que, a la postre, incurre en la propia trampa del mecanicismo y de la racionalidad técnica instrumental, camuflada en él de economicismo[6].

A pesar de ello, la teoría organizativa se ha enriquecido, en las últimas décadas, fundamentalmente, gracias a contribuciones originadas en los campos de la psicología y la sociología. Además, se ha extendido el cultivo de la llamada “ciencia de la administración”, que propone determinadas observaciones y técnicas para la dirección de las organizaciones.

Sin embargo, lo cierto es que muy poco se ha beneficiado aún de la tarea por indagar los verdaderos fundamentos humanísticos, los pilares más profundos, implícitos en la vida organizativa. Tampoco, se ha esforzado, como merece, por investigar de un modo verdaderamente humanista las raíces más hondas a las que responden las organizaciones.[7]

Al final, a menudo, la grandilocuente “ciencia de la administración”, o la administración y dirección de empresas y organizaciones, fija su interés, casi en exclusiva, en lo puramente medible o cuantificable, en lo susceptible de experimentación o previsión; y sospecha, escéptica, de todo lo espiritual e inmaterial. Este hecho incapacita, de manera básica, a tales enfoques para comprender con fecundidad el hermoso misterio de la libertad, de las relaciones interpersonales y de las mismas organizaciones humanas. En concreto, en su aplicación a las organizaciones y a la dirección de empresas, esta orientación se ha empeñado en mostrarse como un puro amasijo de recetas prácticas, que responden en su raíz, a menudo, a una exageración crasa del pragmatismo, en sus versiones más burdas[8].

*Un ejemplo práctico puede aclarar este hecho: si consultamos los manuales de dirección, e incluso los libros sobre administración de empresas, constataremos que abunda en ellos la mera casuística, se exponen casos concretos y experiencias, anécdotas empresariales, pero raramente se profundiza en las causas y sentido de los acontecimientos, ni se reflexiona sobre las consecuencias futuras. Como mucho, se llega a elaborar tales hechos mediante una visión sistémica, gestáltica o estructuralista, que pretende ofrecernos una administración supuestamente “científica” de las organizaciones. Con el respeto debido a sus contribuciones más positivas, cabe señalar que Drucker[9] puede constituir hoy, un exponente de estos extremos, como en realidad lo fueron, ya en su día, entre otros muchos, Taylor o Fayol[11].

Una alternativa: reflexionar con rigor, en la empresa.

A pesar de ello, existe una reflexión rigurosa, de tenor humanista, sobre los grupos y sus dinamismos propios. Esto, desde antiguo, y con una fecundidad inmensa, como nos demuestran Platón o Aristóteles, entre otros muchos autores. Por supuesto, reconocer tan excelsa y extensa tradición no debe suponer óbice alguno a la hora de agradecer los meritorios ensayos que, también, se vienen realizando en nuestro tiempo y contexto, según su valía.[12] Sin duda, todo este rico caudal de conocimiento filosófico, de hoy y de ayer, puede inspirar, desde su núcleo o matriz, las restantes áreas del saber organizativo. Por ello, ha de verse redescubierto y desarrollado, en nuestra época, con auténtica pujanza y rigor, a fin de hacer fructificar, desde lo más profundo, a las organizaciones actuales. Su capacidad de ofrecernos una síntesis global, honda y crítica de la realidad, cooperará a integrar cualquier otro saber pertinente, sobre las instituciones, de una forma armónica. Hemos de preguntarnos, en fin, qué puede decirnos de nuestras organizaciones la antropología filosófica, y cómo, acaso, ha de llegar a ayudarnos con respecto a ellas. Frente a quienes pretenden relegarla al denostado nimbo de lo puramente teórico, sospechando de su carácter teorético o especulativo[13], creo que merece ser considerada, en este preciso terreno.

ORGANIZARSE CON FILOSOFÍA.

Si la filosofía tiene verdadero valor, en este campo, debe contribuir a generar organizaciones mejores, y a desarrollarlas, de la manera más enriquecedora posible para los seres humanos. Ahora bien, esto exige el que no se desdeñe lo más granado de su propia tradición, y, a la vez, el que no se excluyan aspectos de ella injustamente; pero –ante todo- el que no dejemos de esforzarnos todos en promover con creatividad este patrimonio, de manera continua.

Sobre esto, pienso que nuestras organizaciones fundamentalmente, tienen que esforzarse por “filosofar”, es decir reflexionar de una forma profunda. Porque la filosofía, en cuanto tal, no se aprende o enseña; como repetía Kant, lo que se enseña es “a filosofar”, y, al ejercerse por parte de los sujetos esta actividad, dicho ejercicio personal reporta un considerable fruto.

Lo cierto es que no basta con saber filosofía, hay que saber formar en ella, y saber aplicarla a las organizaciones…

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[1] Esta deficiencia, en la cultura organizativa actual y en la formación, ha sido denunciada por numerosos expertos en la capacitación empresarial. Por ejemplo, Jeffrey Pfeffer, profesor de Comportamiento Humano en la organización, de Stanford (14ª ed. del Simposio internacional “Ética, Empresa y Sociedad”, IESE, 18-19 de mayo, 2006). También, ha consagrado a ello fecundos esfuerzos, en España, don Santiago García Echevarría quien ha introducido, por ejemplo, la enseñanza de la “Ética empresarial” en la formación prestada por la universidad pública española, en concreto en la Univ. de Alcalá de Henares. Cf., a modo de muestra, su obra: La dirección corporativa de los Recursos humanos (1997).


[2] Así lo denuncia, entre otros, el estudio: La empresa entre el taylorismo y el humanismo técnico, VV. AA. (1993).


[3] Como eficaz contraste a las limitaciones de una antropología parcial, cf. Burgos, J. M. (2003)


[4] Cf. López Quintás, A. (1988).


[5] “Modern Times”, Charles Chaplin-United Artists Productions, (1936).


[6] Esto, incluso en sus versiones más sofisticadas, como la escuela de Frankfurt, y autores como Adorno, Marcuse, Horkheimer; o en singularidades como las de Benjamin o Gramsci; o en epígonos, pretendidamente postmetafísicos, de su materialismo crítico, como J. Lacan, W. Reich, M. Foucault, C. Lévi-Strauss, etc.


[7] Por ello, el Instituto de Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra, supone una rara excepción, digna de mención, en este sentido.


[8] A menudo, estas lecturas proceden de versiones de lo práctico muy sesgadas, que, desde luego, no aciertan a recoger el fruto de la mejor tradición filosófica en torno a lo mismo, como la aristotélica o las aportaciones positivas de ciertos elementos del pragmatismo moderno. Un ejemplo de interpretación que sí se esfuerza con eficacia por rescatar algunos de los aspectos más fecundos en este campo, puede encontrarse en: “Ser de verdad pragmáticos”, Fontrodona, J. (2000).


[9] Drucker, P. F. (1992).


[11] Merrill, H. F. (1971).


[12] Una muestra de ello, por ejemplo, nos ofrecen los sugerentes trabajos recopilados en la obra: Ética, Economía y Dirección. EBEN-España. V Conferencia anual, Instituto Empresa y Humanismo, nº 40. VV. AA. (1997).


[13] Este rechazo de lo teórico, en parte del mundo desarrollado, fue denunciado acertadamente por Husserl, largo tiempo atrás. Cf. el compendio recopilatorio: La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental, Husserl, E. (1991).

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