Un nuevo Paradigma



Un nuevo Paradigma: El diálogo

     “— ¡No se moleste en hablarle! —dijo una libélula posada en la punta de una espadaña—. Se ha ido.
—Bueno, ¡ella se lo pierde y no yo! No voy a dejar de hablarle, sólo porque no me escuche. Me gusta oírme hablar. Es uno de mis mayores placeres. Sostengo a menudo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan profundo, que a veces no comprendo ni una palabra de lo que digo.
—Entonces debe de ser licenciado en Filosofía —dijo la libélula”. 

Oscar Wilde: El cohete famoso
El aprendizaje de la vida
Estamos viviendo un momento de transición único en la humanidad… asistiendo a la muerte del viejo paradigma que nos trajo hasta acá… “el paradigma del éxito, el poder, el vencer, el acumular”… y acompañando al nacimiento de uno nuevo que nos permita resolver la paradoja en la que nos encontramos hoy. 

Donde por un lado tenemos la posibilidad de desaparecer como especie: el cambio climático y por otro, la posibilidad de comunicarnos con cualquier otra persona, de volver a encontrarnos y re-conocernos como especie, y alcanzar un estado superior de humanización.
El Diálogo

En los orígenes de la filosofía, el diálogo era el método por excelencia de la reflexión filosófica. Se consideraba que las características del diálogo genuino —no hablamos de la mera conversación entre dos o más personas, en la que con frecuencia cada intervención parece un monólogo— lo convertían en un medio particularmente apto para la búsqueda desinteresada de la verdad.

Así, un auténtico diálogo sólo tiene lugar entre interlocutores que aceptan embarcarse en una investigación libremente, de forma voluntaria. En él, ninguno de ellos hace dejación de su propio juicio o autonomía de pensamiento. Las ideas no se dan por sentadas, sino que todos las van descubriendo por sí mismos en un proceso creativo de indagación y de adhesión libre. Nadie impone a otro su punto de vista, sino que los dialogantes colaboran en un proceso conjunto de descubrimiento de la verdad. Si el punto de vista aportado por alguien finalmente se afirma, será así porque todos habrán reconocido y descubierto por sí mismos, libre y activamente, la verdad de esa posición.

El genuino diálogo tiende a eliminar, por consiguiente, tanto la sumisión a una autoridad externa —es fundamental la autonomía de pensamiento de los interlocutores—, como el apego a los propios planteamientos, pues requiere que dichos interlocutores estén dispuestos a rendirse a la comprensión más elevada e integradora que con la colaboración del otro se vaya alumbrando.

Para quienes dialogan, la única autoridad radica en el diálogo así entendido, es decir, como una instancia que es relativamente independiente de los interlocutores y superior a ellos, pero que, a la vez, no es posible sin ellos. La autoridad no pertenece, pues, a ninguna de las personas que dialogan, sino al diálogo mismo, a las exigencias del discurso, a su requerimiento impersonal de objetividad y universalidad. Por eso, los filósofos antiguos creían que al dialogar adecuadamente obedecían y se armonizaban con una instancia que está más allá de la persona, universal y objetiva, con la Razón (Logos), con la Inteligencia universal y única que todo lo rige y de la que la inteligencia humana participa. El diálogo era para ellos una auténtica práctica espiritual.

Antaño, el diálogo era esencial al hombre por su capacidad de armonizarle con el Logos y de abrirle a la verdad. También, porque requiere y favorece ciertas virtudes y disposiciones consideradas imprescindibles. Así, la voluntad de dialogar exige estar dispuesto a cuestionar los propios puntos de vista, ponerse en el lugar del otro, reconocer su derecho a pensar de forma libre y autónoma, interesarse por lo que expresa, comprender el trasfondo desde el que cobra sentido lo que dice, buscar un espacio común que sirva de punto de partida a la indagación, etc.

Reconocían igualmente en el diálogo la virtud de aunar lo abstracto y lo concreto, de adaptar las ideas genéricas a las necesidades y peculiaridades de los interlocutores, lo universal a lo particular, a la persona real en su aquí y ahora.

En algunos de sus “Diálogos”, Platón da a entender que el monólogo, el discurso largo y retórico, es el más afín a los sofistas, a los que no les interesa la verdad sino imponer de forma unilateral unas ideas bellamente entrelazadas y ya fijadas de antemano. El diálogo, en cambio, puesto que supone adentrarse en lo desconocido y requiere estar dispuesto a someterse a un continuo cuestionamiento, es más afín a los amantes de la verdad.

Hablar no es lo mismo que dialogar. Muchas veces no nos damos cuenta de que la buena práctica del dialogo nos ayudaría a sobrellevar mucho mejor la convivencia. Pero no lo hacemos, lo que origina la aparición del conflicto. Los conflictos pueden ser buenos, dependerá de la actitud con que los enfrentemos. Todos tenemos diferentes formas de ver las cosas, diferentes gustos, lo que hace que dialogar facilite alcanzar un acuerdo, fortalecer los vínculos y subsanar posibles heridas. Hablar solamente implica una expresión verbal sobre lo que uno quiere decir a la otra persona, pero en ningún caso lleva necesariamente a que haya algún entendimiento.

Lo que ocurre, con frecuencia, es que las personas implicadas no están dispuestas a ceder y se aferran a su postura al considerar que hacerlo supone una derrota, por lo que ni siquiera acceden a iniciar un diálogo, lo que impide solucionar el conflicto. Mientras que el dialogo debería centrarse en un intercambio de opiniones y puntos de vista con una clara intención de establecer unos acuerdos mínimos.

Para que llegue a dar sus frutos, son ingredientes básicos del diálogo: el respeto, la actitud de escucha y la empatía. También la sinceridad, el comunicarnos con el compromiso de ser claros y consecuentes tanto en nuestros actos como en nuestros sentimientos.

Las cosas pueden decirse de muchas formas y maneras y en muchos momentos, o que hay que hacer es buscar el momento oportuno. Sin ocultar la verdad, sin trampa ni hipocresía. Si cuidamos cuándo y cómo decirlo, en el fondo lo que se hace es prevenir males peores y ayudar a superar dificultades.

Comentarios

Juan Manuel Arias ha dicho que…
Gracias, Marcelo..! Me encanto la nota. Soy un gran "hablador" y un pesimo "dialoguista"....aunque hago mis esfuerzos...!
El inicio con la cita de Bernardo Toro en TED, es genial...!
Gran abrazo.....!
Juan Manuel Arias ha dicho que…
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Juan Manuel Arias ha dicho que…
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MARCELO VAZQUEZ AVILA ha dicho que…
Amigo mío ! no te preocupes, si hasta el gran Quijote fue pintado por Cervantes como muy pobre en el dialogo y sí muy hablador... no? Un abrazo y gracias por tu comentario, tu modestia y tu humildad...
César Isola ha dicho que…
Querido Marcelo, no te ocurre que en ciertos diálogos con determinadas personas, dialogar es una continuación de tu diálogo interior. Cómo lo frenas?Cómo cambias el rumbo del mismo? Un abrazo y gracias por compartir tus conocimientos
MARCELO VAZQUEZ AVILA ha dicho que…
Querido César: Cuando intentamos realmente escuchar, descubrimos que resulta extraordinariamente difícil, porque siempre estamos proyectando nuestras opiniones e ideas,como vos decis, nuestros prejuicios, nuestro pasado, nuestros deseos o impulsos. Cuando estas voces son dominantes, apenas podemos escuchar lo que realmente se está hablando. Ese estado no tiene ningún valor para la escucha. Una persona escucha, y por tanto aprende, sólo cuando se coloca en un estado de atención, de silencio, en el que todo este ruido de fondo permanece suspendido, quieto. Sólo entonces, en mi opinión, es posible dialogar fecundamente.

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