Manipulación y la seducción del Poder
por Marcelo Vázquez Avila
La cima y el llano
Hay un licor especial que catan aquellos que gozan del poder, tan embriagante que nunca la dosis es suficiente para apaciguar sus apetencias. El poder los enseñorea y los sume en una lejanía sobre los demás, que se acrecienta cuanto más poderoso se es. Desde la cima no se percibe como desde el llano. El poder, tiene una cara visible y mil ocultas. Y esto se da en muchos ámbitos diferentes; en todos los regímenes de gobierno, desde un reino o una república, hasta cualquiera de nuestras empresas del siglo XXI.
El manipulador intenta generar la realidad, y sus secuaces la imponen en el llano, no hay opción a una doble vía, por las buenas o por las malas, el orden tiránico es el que se impone. En el caso de una democracia este cambio no es brusco, el político manipulador se vale de todos sus recursos, pero principalmente de dos enérgicos ayudantes: los recursos económicos y la bandera del miedo, agitada constantemente y con los más variados contenidos, pero siempre presente. Exprime a sus contrarios más allá de los límites y es pródigo con los que sustentan la base de su poder. Debilita a sus oponentes y refuerza a sus seguidores.
De tiranos y narcisistas
El tirano con poder está en su salsa. Su natural narcisismo le devuelve una y otra vez una imagen embellecida que justifica, en todo, su accionar; no hay resquicio, un su mente, para el error propio. Si algo sale mal, los culpables son otros, o las circunstancias. Sin error no hay arrepentimiento y sin arrepentimiento no hay corrección del rumbo, sino persistencia. Terquedad, dicen los otros; convicción, dice él. Su obrar manipulador se ajusta a sus códigos propios, distintos de los códigos comunes en muchas ocasiones; estos códigos propios le permiten construir una lógica especial que da el marco a sus conductas y lo hace impermeable e intolerante a las críticas. El que lo critica no es un oponente, sino un enemigo.
La arrogancia, acrecentada por los aciertos y los aduladores profesionales, es un ingrediente permanente en la personalidad de ese tipo de jefes, fomentada, además, por un artificio psicológico que lo acompaña posiblemente desde la infancia: la cosificación de los otros. Los otros no son significados como personas, como iguales, sino como objetos, cosas, a ser usadas para lograr sus objetivos. Digamos que la materia prima que utiliza el manipulador para elaborar sus propósitos son las personas. Y esta habilidad de manejar a los demás proviene de un largo aprendizaje, un camino recorrido y permitido por muchos de nosotros en las organizaciones que dirigimos, y que justificamos debido a los resultados (buenos pero efímeros) económicos obtenidos.
El "nuevo rico" del poder
Hay que ver cómo cambian las personas cuando acceden a posiciones de mayor poder formal. Algunos muestran comportamientos diametralmente opuestos, en lo que a valores se refiere, a los que tenían mientras el supuesto poder no les había sido otorgado. Estas algunas de las nuevas y lamentables conductas que se pueden identificar:
Amnesia de corto plazo: No se acuerdan de lo que eran hace unos días, llegando algunos a renegar de su existencia anterior.
Menosprecio por sus anteriores colegas: Convierten a los compañeros, que antes compartían su mismo nivel jerárquico, en una especie de clase inferior con la que no conviene mezclarse.
Imposibilidad de autocrítica: Creen que llegaron a ese nivel porque su conocimiento es superior al de aquellos que están en niveles “inferiores” de poder. Algunos se comportan como si fueran infalibles, e invalidan a todo aquel que proponga un cambio con el propósito de mejorar.
Engordamiento del ego: Identifican poder y tener, con ser. Se dicen a si mismos: “Yo tengo más poder que tú, entonces soy mejor”.
Polarización: Suelen creer que quienes piensan distinto son enemigos, y algunos llegan incluso a asignar una intención a la diferencia de ideas: “me envidian”, “me quieren dañar”, “buscan desestabilizarme”.
En manos de un ser humano sabio y maduro, el poder es una gran bendición. Pero en manos de un inmaduro, débil o emocionalmente enfermo, el poder es un peligro tremendo.
La cima y el llano
Hay un licor especial que catan aquellos que gozan del poder, tan embriagante que nunca la dosis es suficiente para apaciguar sus apetencias. El poder los enseñorea y los sume en una lejanía sobre los demás, que se acrecienta cuanto más poderoso se es. Desde la cima no se percibe como desde el llano. El poder, tiene una cara visible y mil ocultas. Y esto se da en muchos ámbitos diferentes; en todos los regímenes de gobierno, desde un reino o una república, hasta cualquiera de nuestras empresas del siglo XXI.
El manipulador intenta generar la realidad, y sus secuaces la imponen en el llano, no hay opción a una doble vía, por las buenas o por las malas, el orden tiránico es el que se impone. En el caso de una democracia este cambio no es brusco, el político manipulador se vale de todos sus recursos, pero principalmente de dos enérgicos ayudantes: los recursos económicos y la bandera del miedo, agitada constantemente y con los más variados contenidos, pero siempre presente. Exprime a sus contrarios más allá de los límites y es pródigo con los que sustentan la base de su poder. Debilita a sus oponentes y refuerza a sus seguidores.
De tiranos y narcisistas
El tirano con poder está en su salsa. Su natural narcisismo le devuelve una y otra vez una imagen embellecida que justifica, en todo, su accionar; no hay resquicio, un su mente, para el error propio. Si algo sale mal, los culpables son otros, o las circunstancias. Sin error no hay arrepentimiento y sin arrepentimiento no hay corrección del rumbo, sino persistencia. Terquedad, dicen los otros; convicción, dice él. Su obrar manipulador se ajusta a sus códigos propios, distintos de los códigos comunes en muchas ocasiones; estos códigos propios le permiten construir una lógica especial que da el marco a sus conductas y lo hace impermeable e intolerante a las críticas. El que lo critica no es un oponente, sino un enemigo.
La arrogancia, acrecentada por los aciertos y los aduladores profesionales, es un ingrediente permanente en la personalidad de ese tipo de jefes, fomentada, además, por un artificio psicológico que lo acompaña posiblemente desde la infancia: la cosificación de los otros. Los otros no son significados como personas, como iguales, sino como objetos, cosas, a ser usadas para lograr sus objetivos. Digamos que la materia prima que utiliza el manipulador para elaborar sus propósitos son las personas. Y esta habilidad de manejar a los demás proviene de un largo aprendizaje, un camino recorrido y permitido por muchos de nosotros en las organizaciones que dirigimos, y que justificamos debido a los resultados (buenos pero efímeros) económicos obtenidos.
El "nuevo rico" del poder
Hay que ver cómo cambian las personas cuando acceden a posiciones de mayor poder formal. Algunos muestran comportamientos diametralmente opuestos, en lo que a valores se refiere, a los que tenían mientras el supuesto poder no les había sido otorgado. Estas algunas de las nuevas y lamentables conductas que se pueden identificar:
Amnesia de corto plazo: No se acuerdan de lo que eran hace unos días, llegando algunos a renegar de su existencia anterior.
Menosprecio por sus anteriores colegas: Convierten a los compañeros, que antes compartían su mismo nivel jerárquico, en una especie de clase inferior con la que no conviene mezclarse.
Imposibilidad de autocrítica: Creen que llegaron a ese nivel porque su conocimiento es superior al de aquellos que están en niveles “inferiores” de poder. Algunos se comportan como si fueran infalibles, e invalidan a todo aquel que proponga un cambio con el propósito de mejorar.
Engordamiento del ego: Identifican poder y tener, con ser. Se dicen a si mismos: “Yo tengo más poder que tú, entonces soy mejor”.
Polarización: Suelen creer que quienes piensan distinto son enemigos, y algunos llegan incluso a asignar una intención a la diferencia de ideas: “me envidian”, “me quieren dañar”, “buscan desestabilizarme”.
En manos de un ser humano sabio y maduro, el poder es una gran bendición. Pero en manos de un inmaduro, débil o emocionalmente enfermo, el poder es un peligro tremendo.
Comentarios
Un abrazo,
Kike
Un abrazo
José Luis Aiscurri