Esa esquiva felicidad
¿qué es lo que hace realmente felices a las personas?
Cada año se publican en el mundo una
multitud de títulos de libros en los que se nos aconseja acerca de cómo
mantener la forma física, ganar dinero o desarrollar la autoestima. Sin
embargo, lo que estos libros no explican es la manera de incrementar la calidad
de la experiencia vivida. Deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento de
que la vida merezca ser vivida?
La
experiencia personal
Una de las cosas que más me impresiona
en los talleres y programas de coaching, liderazgo y trabajo en equipo que he
realizado en los últimos años, tanto en Latinoamérica como en España es la
certeza que tienen las personas de que el máximo logro al que quieren aspirar
es la
felicidad, felicidad para sí mismos y para los suyos. Cada vez que le
he pedido a alguien que se conecte con su propósito trascendente, con aquello
que más quisieran en la vida, comienzan hablando de estar tranquilos, de no
tener problemas, luego a tener más tiempo para ellos y al poco andar traducen
ese anhelo en una clara aspiración de felicidad. Pareciera ser que cuando la
conversación se vuelve profunda, cuando realmente vamos a hablar desde la
humanidad, nuestros anhelos de felicidad se vuelven una prioridad.
En estos especiales momentos, la
claridad de lo que queremos, de aquello que verdaderamente necesitamos para
alcanzar la plenitud de lo que somos como personas, como individuos, parece ser
infinita, desde aquí, todo es transparente, la coherencia entre lo que somos y
lo que queremos ser se vuelve sólida, tangible, alcanzable, queremos ser
felices, que nuestros hijos sean felices, que nuestra familia, que el mundo…
sea feliz, sin embargo llegado el momento de actuar, de tomar acción para hacer
realidad lo que queremos, algo inusitado e inverosímil sucede…
Como esclavos que despiertan de
imposibles sueños de libertad, volvemos a nuestras celdas, asustados por los
miedos que nosotros mismos hemos creado, postergamos nuestros sueños y nos
encerramos en extraños modelos de existencia, postergando nuestras
posibilidades de ser, de celebrar la vida, de realizarnos, para “hacer aquello
que a fin de cuentas estamos condenados a hacer, aquello que es “lo realmente
importante”, ser productivos, acumular riqueza, ser exitosos, necesitamos ser
pragmáticos, trabajar duro, no perder el tiempo, ganarle a la vida, para que
cuando llegue el momento, quizás, si tenemos suerte, al final de nuestros días,
cuando ya nos quede poco o nada por entregar podamos verdaderamente, por un
momento, hacer lo que siempre quisimos, ser quienes siempre quisimos ser, vivir
y ser felices.
Agobiados por la meta de llegar a ser
alguien, nos olvidamos de ser nosotros mismos, nos olvidamos vivir el camino y
de paso, cruelmente nos olvidamos de vivir, enfrascados en cumplir, en hacer lo
que se nos pide o lo que hemos aprendido que debemos ser, nos confundimos y
hacemos de la felicidad un destino siempre lejano, como un premio absurdo que
sólo es posible ganar si pagamos con dolor el costo de vivir.
¿Quien dijo que ésta era la manera
correcta de vivir?, ¿dónde aprendimos a traicionar nuestra plenitud, a
renunciar a nuestros sueños?, ¿dónde aprendimos a someter nuestra felicidad, a
vivir la vida desde la aspereza y la postergación?
Hemos
creado interpretaciones de la realidad, modelos, sistemas, estructuras de
existencia y convivencia que nos ahogan, restringen y hasta cercenan nuestras
posibilidades de realizarnos, y aun cuando en lo más profundo de nuestra
humanidad sabemos que nos necesitamos unos a otros, optamos por empujarnos,
excluirnos y competir hasta anularnos.
Comentarios
nuestra generación de baby boomers es esclava del modelo que atenta contra la búsqueda de la felicidad a la que te referís. Me parece que las nueva generación de jóvenes ("y" generation) se han ido hacía el otro extremo (falta de compromiso, de responsabilidad, inusitada búsqueda de una vida sin sobresaltos); quizás la generación "z" encuentre el equilibrio que nos ha sido esquivo.
Fuerte abrazo,
Guillermo