Disfrutar de la vida
por Marcelo Vázquez Avila
Miramos a nuestro alrededor y frecuentemente vemos gente con prisa, que no tiene tiempo de pararse a saludar porque anda muy atareada. Hay mucha crispación, horarios de trabajo interminables, gente muy ocupada. No se quiere desaprovechar ninguna oportunidad. A mí me da la impresión de que no se es muy feliz. No se trabaja para vivir sino que se vive para trabajar. Disponemos de más comodidades y más bienestar que hace 30 años, y sin embargo creo que se vive con más preocupaciones. Nos olvidamos de disfrutar de la vida.
En mi opinión
creo que se debería vivir con más calma. Menos
acelerado. Creo que se debe disfrutar de lo que se tiene y no
añorar lo que podría tenerse. Muchas veces estas cosas suceden porque uno
no está satisfecho consigo mismo y busca en la acción, en hacer
muchas cosas, el evadirse de esa insatisfacción.
Pero ese no es el remedio. Ese es un remedio pasajero en cuanto le hace a uno olvidarse de
su situación, pero la causa de la insatisfacción, el que uno no se acepta a sí
mismo, sigue allí presente.
El remedio es
sencillo: aceptarse cada uno tal como es y aceptar
las circunstancias en las que le toca vivir. Disfrutar
de lo que uno es y de cómo uno es. Sin añorar cualidades que
uno ve en otro y sin echar la culpa a las circunstancias externas con las que a
uno le toca vivir. Porque dificultades
externas siempre habrá. Es cómo nos enfrentamos a esas dificultades lo que
determina que gobernemos sobre ellas o que nos dominen.
Vivimos como decidimos vivir: amargados o
dueños de nuestra vida. Esto tiene mucho que ver también con cómo
uno se relaciona con su cónyuge y sus amigos más íntimos, pero esto
es harina de otro costal y toca escribir otro día.
Comentarios
Sin duda que cuesta crecer, o llegar, a un ritmo cansino, apartado de la veloz respuesta a la exigencias que nos impone "el programa". Abrazo, Luis (hno.)
Podríamos definirla como la virtud que lleva a abrirse paso hacia el bien, luchando enérgicamente por superar las dificultades que aparecen en el camino con voluntad, dureza, señorío y dominio del propio yo.
Sin embargo, no hemos de confundirla con la temeridad o la insensatez. El fuerte no busca ser herido por propia voluntad. Sin prudencia no puede haber fortaleza. No se trata, pues, de una exposición necia al peligro, sin tener en cuenta las consecuencias, sino de una prudente y decidida determinación, si llega el caso, de exponer lo que sea necesario para la consecución del bien. Y aquí esta una de las claves, si hablamos de una virtud, nos tiene que conducir al BIEN.
Son los fuertes, los que hacen lo que deben, cueste lo que cueste; sin escatimar esfuerzos; los que hondamente han encontrado el fin de su vida y a él se dirigen sin vacilar; los que saben situarse por encima de una serie de circunstancias adversas que a un pusilánime le desviarían de su meta; los que no temen al calor, ni al frío, ni al hambre o la sed; los que en la batalla tienen miedo pero no lo parece; los que lloran a solas y momentos después sonríen a su mujer; aquellos que saben mucho de responsabilidad; los que no se dejan traicionar por el egoísmo o la ambición. Insisto, si la virtud nos conduce al BIEN, mala señal si nos prodece crispaciones...