Cuestión de Actitud


Marcelo Vázquez Avila

Disfrutar la vida es, ante todo, 
cuestión de actitud

La experiencia nos dice que la mayoría de las capacidades para lograr una vida satisfactoria son de carácter emocional, no intelectual.  Desde pequeños nos enseñaron que el sentimentalismo --- como se conoce el hábito de exhibir las emociones en vivo y a manifestarlas sin disfrazar nuestros afectos --- era propio de personas débiles, inmaduras, o con carencia de autocontrol. Además, se ha arraigado en nuestro concepto colectivo, la idea de que las emociones o el llanto, pertenecen al ámbito de lo afeminado y débil. Pero hoy esa visión ha cambiado, ya no es así, ha ido avanzando paulatinamente la convicción de que expresar los sentimientos es un elemento insustituible en la maduración personal y en el desarrollo del juicio y la razón.

Nuestra inteligencia

Tenemos muy en cuenta nuestro espacio subjetivo y no sólo le hemos dedicado tiempo y esfuerzo, sino que incluso la valoración que hacemos de una persona pasa, en buena medida, por sus conocimientos ostensibles y habilidades intelectuales demostradas. Desde la educación, tanto sistematizada como no académica, se nos ha motivado para que saquemos el máximo provecho a nuestros recursos intelectuales.

En esencia, somos lo que hemos leído, lo que hemos aprendido y lo que expresamos. Nadie discute la necesidad de adquirir competencias técnicas y culturales para prepararnos para la vida profesional, pero en una equivocada estrategia de prioridades, a veces olvidamos la importancia de cultivarnos para la vida espiritual.

Aprender a vivir es aprender a observar, analizar, recabar, y utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Pero convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y felices en la medida de lo posible, nos exige también saber distinguir, describir y atender a nuestros afectos. Esto significa ordenarlos, jerarquizarlos, interpretarlos y asumirlos.

Porque cualquiera de nuestras reflexiones o actos -en un momento determinado- pueden resultar "contaminados" por nuestro estado de ánimo e interferir negativamente en la resolución de un conflicto o en una decisión que tenemos que tomar.

Una habilidad muy especial

Cuidar nuestro presente emocional, aprender a expresar las desazones sin agresividad y sin culpabilizar a nadie, darles nombre, atenderlos y saber cómo descargarlos, es uno de los ejes de interpretación y de poder modular lo que nos ocurre. Así crecemos y maduramos emocionalmente.

Cada vez que dudamos ante una decisión, que nos proponemos comprender una situación, no hacemos estas operaciones como lo haría un ordenador o cualquier otro artefacto de inteligencia artificial, sino que ponemos en juego, trayendo a colación, todo nuestro bagaje personal -incluyendo lo que nos ha podido pasar hace un rato o unas horas- y el fardo pesado de nuestro legado cultural.

De ahí que vivir nuestras emociones es una habilidad relacional que nos habilita como seres que se desarrollan en un contexto social. Sólo cuando conectamos con nuestros sinsabores, los atendemos y jerarquizamos, somos capaces de tener empatía con los sentimientos y circunstancias de los demás. No es más inteligente quien obtiene mejores calificaciones en sus estudios, sino quien tiene como recursos prácticos destrezas que le ayudan a vivir en armonía consigo mismo y con su entorno.

La mayor parte de las habilidades para conseguir una vida satisfactoria son de carácter emocional, no intelectual. Aunque es siempre sensato sopesar el principio de la realidad con el principio del placer, antes de tomar un curso de acción. 

Los profesionales más brillantes no son los que tienen el mejor expediente académico, sino los que han sabido "buscarse la vida" y exprimir al máximo sus posibilidades. En otras palabras, los que saben cómo luchar con los talentos que tiene haciéndolos crecer y rendir.

Aprender a desarrollar la inteligencia emocional

Esta sociedad de las "buenas maneras" y del control social ha hecho de nosotros auténticos autómatas de las apariencias. Los investigadores J. Woods y G. Pitt han abordado la inteligencia emocional como la habilidad esencial de las personas para atender y percibir los pesares de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás. En la inteligencia emocional se contemplan cuatro componentes:

1. Percepción y expresión emocional. Se trata de reconocer de manera consciente qué emociones tenemos, identificar qué sentimos y ser capaces de verbalizarlos. Una buena percepción significa saber interpretar nuestros sentimientos y vivirlos adecuadamente, lo que nos permitirá estar más preparados para controlarlos y no dejarnos arrastrar por los impulsos.
2. Facilitación emocional, o capacidad para engendrar emociones que acompañen nuestros pensamientos. Si las emociones se ponen al servicio del pensamiento nos ayudan a tomar mejor las decisiones y a razonar de forma más perspicaz. El cómo nos sentimos va a influir decisivamente en nuestros raciocinios y en nuestra habilidad de deducción lógica.
3. Comprensión emocional. Hace referencia a entender lo que nos sucede a nivel cerebral, integrarlo en nuestro pensamiento y ser conscientes de la complejidad de los cambios afectivos. Para entender los afectos de los demás, hay que entender los propios. Cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinadas afecciones, qué pensamientos generan las diversas emociones, cómo nos conmueven y qué consecuencias y reacciones propician. Tener empatía supone sintonizar, ponerse en el lugar del otro, ser consciente de sus estados de ánimo.
4. Regulación emocional, o capacidad para dirigir y manejar las emociones de una forma eficaz. Ésta consiste en la aptitud de evitar respuestas incontroladas en situaciones de ira, irritación o miedo. Supone también percibir nuestro estado afectivo sin dejarnos arrollar por éste, de manera que no obstaculice nuestra forma de razonar y podamos tomar decisiones de acuerdo con nuestros valores y las normas sociales y culturales que nos gobiernan.

Pensando en el pasado o en el futuro y no en el ahora, hacemos las cosas de forma 
automática, sin prestarles atención ni disfrutarlas. Tener “conciencia emocional” 
permitirá hacer el esfuerzo de desactivar las películas mentales que nos 
desconectan del aquí y el ahora. Es un cambio de actitud necesario para lograr 
aprovechar realmente los buenos momentos.

Comentarios

Juan Manuel Arias ha dicho que…
Gracias, Marcelo..! Impecable descripción de todas mis "incapacidades" y carencias...!!...pero vamos a mejorar...! Abz.
MARCELO VAZQUEZ AVILA ha dicho que…
Estimadísimo !Si existe una virtud de de toda la vida que desaparece fugazmente cuando un individuo dice poseerla, esa es justamente la humildad. Aquel que es humilde, que sabe ubicarse, no se da cuenta de su virtud. Ese sos vos! Abrazo enorme y gracias por enseñarme cosas con tan pocas palabras.

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