Han evolucionado las palabras...

¿ o involucionan los comportamientos?

por Marcelo Vázquez Ávila

                                        
     Magister et Minister
            Desgraciadamente la evolución de las palabras a veces nos juega malas pasadas. La palabra "maestro" tiene un noble antepasado etimológico: "magister". A su vez esta palabra es un derivado de "magis" como adverbio y "magnus" como adjetivo. O sea, "grande", "más".
 
El maestro era el que sabía más y por ello era digno del mayor respeto; se convertía así en autoridad. Esa autoridad no tenía por qué reflejar una recompensa dineraria directa, pero su posición social, relevancia e influencia en el mundo clásico y hasta hace bien poco tiempo era algo evidente.
 
            El contrario de "magis" es "minus" o "minor", que como se puede deducir se traduciría por "menos". El que es menos es el servidor de todos, es el que se rebaja para el bien de la comunidad a la que sirve. Ese es el "minister", de donde deriva la tan poco reputada palabra "ministro".
 
            Mucho han cambiado las cosas desde que evolucionaron estas palabras. Ahora sonreímos comprensivamente cuando oímos que un ministro era un servidor público o que el maestro era una autoridad social. Sin embargo, creo que en ambos casos debemos plantearnos por qué eso que parecía tan lógico a nuestros antepasados a nosotros nos remite como mucho a un sentimiento noble, nostálgico e incluso utópico, pero a poco más.
 
            El maestro en el mundo occidental no tiene la reputación que tenía antes. La educación es gratis y el maestro está infravalorado. Dentro de los estudios superiores Magisterio ha sido la salida para aquellos que se "conformaban" con una diplomatura, de ningún modo equiparable a los estudios que te ponían en situación de ofrecerte una posición social bien remunerada. Solo los estudiantes muy vocacionales permanecen como un reducto del buen hacer del maestro, contra viento y marea.
 
            Los otros maestros, los padres, también han renunciado al oficio. Los padres, no todos, han optado por convertirse en animadores sociales y su función en los colegios se limita a vociferar, gritar a los maestros, prescindir de su autoridad, y culpar a otros de los fallos de sus hijos y de ellos mismos. Una minoría de padres quieren ser educadores de sus hijos, conscientes de que esa es una labor principal que no puede ser delegada ni siquiera a los mejores colegios que, en todo caso, serán meros colaboradores de la educación que quieren los padres. Cuando no se han tenido maestros en casa es muy difícil reconocerlos fuera.
 
            Por su lado, aquel servidor de la comunidad, el ministro, como oficio, también ha caído en el descrédito, ya que el "cursus honorum" ha dado paso a la mediocridad, cuando no a la ignorancia. El poder, decía el inglés Lord Acton, corrompe, y lo ha hecho incluso con una de las palabra con las que se personifica. El que debería ser el servidor de todos se ha convertido en el "dirigente" (palabra odiosa), el que retuerce la realidad a su conveniencia política o "educa" desde el poder considerando al resto de ciudadanos, sus iguales, como simple masa manipulable.
 
            Me pregunto: ¿se ha quedado el lenguaje tan obsoleto que el significado histórico de las palabras ya no tiene importancia, hasta tal punto que significan cosas contrarias a lo que deberían? ¿no será que las palabras siguen significando lo mismo y que los que hemos cambiado
hemos sido nosotros?

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