Tres grandes placeres efímeros
Por Marcelo Vázquez Ávila
La aventura de estos tres malos hábitos
El Doble Juego del Placer:
¡Bienvenidos a la fiesta del placer efímero! Aquí, en este rincón del universo, hay tres bailarines destacados: la queja, la culpa ajena y el fervoroso deseo de tener razón. ¡Ah, qué bueno verles girar y saltar en la pista de baile! Pero, ¡cuidado! Están llevando a muchos a un callejón sin salida, un laberinto donde las puertas de la felicidad se cierran lentamente.
Imagínate esto: te sientes frustrado por el tráfico, y en un momento de desesperación, empiezas a quejarte del mundo entero. "¡Este tráfico es una tortura!", exclamas, mientras tus amigos asienten con compasión.
La queja, mi amigo, es como un dulce tentador; te da un pequeño subidón de placer, un rico sorbo de alivio momentáneo.
Los neurotransmisores en tu cerebro hacen una fiesta, ¡y todos están bailando! Pero, ahí está la trampa: antes de que te des cuenta, has alimentado un monstruo de negatividad que se alimenta de tus energías y te aleja de la apertura y la gratitud.
Y luego está la culpa ajena, ese arte dramático donde siempre buscamos a alguien a quien señalar. Es como jugar a ser Sherlock Holmes, encontrando culpables en cada esquina. ¿Quién no se ha sentido aliviado al señalar con el dedo y decir: "¡Esto es culpa de ellos!"? Pero, seamos sinceros, este juego puede ser tan seductor como un caramelo en una reunión de médicos. Nos da placer, pero ¿a qué coste? En realidad, estamos dejando de lado la oportunidad de aprender y crecer, quedándonos cómodamente atrapados en nuestra burbuja de victimización.
Ahora, pasemos al gran final: el deseo de tener razón. Oh, ¡este es el rey de la pista! ¡Aquí, cada discusión se convierte en una batalla épica! Ganar una argumentación es un placer tan dulce que podría hacer que un pastel de chocolate se sienta celoso. Sin embargo, nuestra obsesión con el ego nos impide ver el vasto panorama. Cada vez que defendemos nuestro punto de vista a capa y espada, a veces nos cerramos a nuevas ideas y nos perdemos el rayo de luz que podría haber iluminado nuestro camino hacia la comprensión y el crecimiento.
El Viaje hacia el Verdadero Placer
Así que aquí estamos, listos para sacudirnos esos hábitos efímeros y aburridos. Al tomar conciencia de estas cabriolas, tenemos una oportunidad dorada: la de reconfigurar nuestro cerebro como un arquitecto que transforma una ciudad gris en un vibrante mosaico de colores. Sí, amigos, ¡la neuroplasticidad está de nuestro lado!
Imagina que reemplazas la queja por un toque de gratitud. Cuando elogias lo bueno, dejas que la felicidad fluya y el sistema de recompensa de tu cerebro comienza a recalibrar su sintonía hacia melodías más alegres. Culpas menos a otros y tomas las riendas de tu vida. ¡Wow! Como un superhéroe que se da cuenta de que tiene el poder de cambiar su historia. Y al dejar de lado el fervor por tener razón, abrirás un espacio para el respeto y el aprendizaje, donde todos pueden ser maestros y estudiantes al mismo tiempo.
Recuerda, el verdadero placer no se halla en la queja, el ego o la culpa. No, auténtico placer reside en la capacidad de crecer, aprender, compartir risas y sonrisas genuinas con los demás. ¡Eso sí que es felicidad duradera!
Así que adelante, intrépido aventurero. La odisea hacia la felicidad no es un destino, ¡sino un viaje emocionante! Con cada paso que des para liberarte de esos placeres efímeros, estarás abriendo las puertas a un mundo lleno de asombro, conexión y auténtica alegría. ¡Prepárate, porque la aventura comienza ahora!
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