Escuchar y dialogar comienza con respetar
por Marcelo Vázquez Avila
La escucha profunda comienza con el respeto. Respetar significa, entre otras cosas,
honrar los límites de la gente, ser sensibles a ellos sin tratar de forzarlos,
sin querer que se adapten a nuestras propias ideas. Respetar significa también no distanciarse de las personas cuando
dicen algo que no nos gusta. Respetar
es, por último, comprender que muchos
pueden enseñarnos algo.
Para un diálogo efectivo es
imprescindible desarrollar nuestra capacidad de escucha. Escuchar no sólo es
seguir con atención el flujo de palabras, sino abrazar, aceptar y gradualmente
dejar de lado nuestro propio clamor interior. Conforme exploramos nuestra
capacidad de escucha, descubriremos que se trata de una actividad expansiva.
Nos permitirá percibir de una forma más directa las diferentes maneras en que
participamos en el mundo que nos rodea.
Pero escuchar, algo que a menudo
damos por sentado, no es fácil, y raramente estamos preparados para ello. Cuando intentamos realmente escuchar, descubrimos
que resulta extraordinariamente difícil, porque siempre estamos proyectando
nuestras opiniones e ideas, nuestros prejuicios, nuestro pasado, nuestros
deseos o impulsos. Cuando estas voces son dominantes, apenas podemos escuchar
lo que realmente se está hablando. Ese estado no tiene ningún valor para la
escucha. Una persona escucha, y por tanto aprende, sólo cuando se coloca en un
estado de atención, de silencio, en el que todo este ruido de fondo permanece
suspendido, quieto. Sólo entonces, en mi opinión, es posible llegar a dialogar.
Escuchar es, por tanto,
desarrollar un silencio interior. No es un hábito familiar para la mayoría de
nosotros. A menudo, prestamos más atención a lo que ocurre dentro de nosotros,
cuando lo que realmente se requiere es una cierta disciplina para el olvido, y
poder crear así el espacio necesario en el que se puede dar la escucha.
Aprender a escuchar comienza por
reconocer nuestra actual manera de hacerlo. Es necesario desaprender. Normalmente
no somos muy conscientes de cómo escuchamos. Podemos empezar, escuchándonos
primero a nosotros mismos y a nuestras propias reacciones. Intenta identificar
con cuidado lo que sientes. Si llegas a percibir tus propios sentimientos,
podrás conectar más fácilmente con tu corazón y con tu propia experiencia. Para
aprender a estar presentes, tenemos que aprender a reconocer nuestros
sentimientos en cada instante.
La falta de un canal adecuado
para expresar nuestro sentir parece obvia si observamos la tensión que se
genera en muchas de nuestras comunicaciones y que distancia por igual a padres
e hijos, marido y mujer, amigos y a los colegas de la empresa en la
que trabajamos.
Nos hemos vuelto unos expertos en enviar algunos de
nuestras sentimientos, como el miedo, la desesperanza, la frustración, al
sótano de nuestra casa y pensamos que se quedarían allí, quietecitos y sin
protestar. Sin embargo llega un momento en que esa emocionalidad se escapa,
sale como un torbellino, desproporcionada a su causa, arrasando y destruyendo
lo que encuentra a su paso, aunque sea una relación muy querida. La falta de
destreza en la gestión de nuestras emociones ha venido a ser una de las
principales causas por las que enfermamos hasta asociarse a un aumento del
colesterol y de los triglicéridos en sangre. Pienso que el hablar claro en el
momento preciso y de manera directa es clave.
Hemos de aprender a conversar, para tener la confianza
necesaria y poder escuchar lo que ha de ser escuchado y expresar la sinceras
emociones que queremos transmitir para que exista comprensión y conexión en
nuestros diálogos.
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