La fuerza del entusiasmo (I)
El movimiento se demuestra andando
La palabra entusiasmo proviene
del griego y significa tener un Dios dentro de sí. El sustantivo procede del griego enthousiasmós, formado sobre la preposición en
y el sustantivo theós (dios),
lo que suele traducirse también como el ser habitado por los dioses, o por las
energías creadoras del universo. La persona entusiasta o entusiasmada era
aquella que tomada por uno de los dioses, y guiada por su fuerza y sabiduría podría transformar la naturaleza que lo rodeaba
y hacer que ocurrieran cosas. Sólo las personas entusiastas eran capaces de
vencer los desafíos de lo cotidiano. Era necesario por lo tanto
entusiasmarse para resolver los problemas que se presentaban y pasar a una
nueva situación.
El entusiasmo no es una cualidad
que se construye o que se desarrolla. Es una actitud, un estado de ánimo, de afirmación
de sí mismo. La persona entusiasta es aquella que cree en su capacidad de
transformar las cosas, cree en sí misma, cree en los demás, cree en la fuerza
que tiene para transformar el mundo y su propia realidad. Está impulsada a
actuar en el mundo, a transformarlo, movida por la fuerza y la certeza en sus
acciones.
El entusiasmo es lo que da una
nueva visión de la vida. Entusiasmo es distinto del optimismo. Optimismo
significa creer que algo favorable va ocurrir, inclusive anhelar que ello
ocurra, es ver el lado positivo de las cosas, es una postura amable ante los
hechos que ocurren. En cambio el entusiasmo es acción y transformación, es la
reconciliación entre uno mismo y los hechos, las cosas.
Solo hay una manera de ser
entusiasta: actuando entusiasmadamente. Esto no es una perogrullada ni quiere ser
un juego de palabras. Si
tuviéramos que esperar tener las condiciones ideales primero para luego
entusiasmarnos, jamás nos entusiasmaríamos por algo, pues siempre tendríamos
razones para no entusiasmarnos.
No son "las cosas que van
bien" lo que trae entusiasmo, es el entusiasmo que nos hace hacer bien las
cosas. Hay personas que se quedan esperando que las condiciones mejoren, que
llegue el éxito, que mejore su trabajo, que mejore su relación de pareja o de
familia para luego entusiasmarse... la verdad es que jamás se entusiasmarán por
algo. Si creemos que es imposible entusiasmarnos por las condiciones actuales
en las que nos toco vivir, lo más probable será que jamás saldremos de esa
situación. Es necesario creer en uno mismo, en la capacidad de hacer, de
transformarse y transformar la realidad que nos rodea. Dejar de un lado toda la
negatividad, dejar de un lado todo el escepticismo, dejar de ser incrédulo y
ser entusiasta con la vida, con quienes nos rodean y con uno mismo.
Necesitamos entusiasmo. Es una de
las claves de la vida. Además, es contagioso. Puede ser que las
cosas estén mal. La crisis, la incertidumbre que a veces nos desenfoca, el
paro. Pero en la espiral del pesimismo nadie sale del agujero. Nada se puede
esperar de quien no cree en sí mismo.
En los repertorios que usamos
para interpretar la realidad, algunas palabras como ilusión, alegría, optimismo
o entusiasmo han perdido brillo. No se ajustan al contexto, pero sin ellas la
vida queda encogida. Siguen ahí, esperándonos.
"Caer no es el problema. Lo
será el tiempo que necesitemos para levantarnos de nuevo"
En tiempos de indignación parece
contrapuesto estar reivindicando el entusiasmo como motor de nuestra
existencia, tanto individual como colectiva. Sin embargo, es un ejercicio
necesario el comprender la simultaneidad de nuestras emociones, así como las
graves consecuencias que conlleva instalarse en creencias limitantes, más aún
cuando se contagian masivamente. Mucha gente se siente hoy invadida por
sentimientos de desesperanza, impotencia y pérdida de validez personal. No cabe
duda de que existen razones y evidencias para ello. Pero también es cierto que
por nuestras venas sigue circulando la vida, que el corazón sigue batiendo, que
todo nuestro organismo sigue despierto y sensible. No hemos perdido aún, que se
sepa, la capacidad de sentirnos vivos, de decidir hasta dónde queremos que nos
afecten los sucesos del exterior y, sobre todo, no hemos perdido la facultad de
seguir sintiendo y amando. Tenemos, si queremos, la posibilidad de cambiar, de
decidir cómo vivir.
Todo ocurre simultáneamente
Existen motivos para la
indignación y también para la alegría o el entusiasmo. Lo malo del asunto es
cuando quedamos atrapados en un sentimiento, en solo uno, y lo convertimos en
el filtro por el que percibimos toda realidad. Sabemos que, atrapados en una
emoción, no solo se resiente nuestro organismo, sino que acuden a nuestra mente
ideas y planes tamizados por dicha emoción. Si hay miedo, por ejemplo, se
contrae el estómago, asoman expresiones de terror y acuden a la mente imágenes
dramáticas. Si, por el contrario, sentimos emociones positivas, los efectos
también lo serán.
"Los ideales que iluminan mi camino y una y otra vez me han dado
coraje para enfrentar la vida con alegría han sido: la amabilidad, la belleza y
la verdad"
(Albert
Einstein)
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