Tengo cara de velocidad ?
Nos afecta el virus DE ESTAR OCUPADO
Miramos a nuestro
alrededor y frecuentemente vemos gente con prisa, que
no tiene tiempo de pararse a saludar porque anda muy atareada. Hay
mucha crispación,
horarios de trabajo interminables, gente
muy ocupada. No se quiere desaprovechar ninguna oportunidad. A
mí me da la impresión de que no se es muy feliz. No se trabaja para vivir sino
que estamos sobreviviendo
para trabajar. Disponemos de más comodidades y bienestar que hace 30 años, y sin embargo vivimos con más
preocupaciones. Nos olvidamos
de disfrutar de la vida Los
hábitos destructivos han empezado pronto, muy pronto.
¿Cómo hemos terminado viviendo así? ¿Por qué nos
hacemos esto a nosotros mismos? ¿Por qué se lo hacemos a nuestros hijos?
¿Cuándo se nos olvidó que somos “seres” humanos y no “haceres” humanos?
¿Qué pasó con el mundo en el que los niños se
ensuciaban con barro, lo ponían todo perdido y a veces se aburrían? ¿Tenemos
que quererlos tanto como para sobrecargarlos de tareas y hacerles sentir tan
estresados como nosotros?
¿Qué pasó con el mundo en el que podíamos
sentarnos con la gente que más queremos y tener largas conversaciones sobre
nosotros mismos, sin prisa por terminar?
¿Cómo hemos creado un mundo en el que tenemos más
y más cosas que hacer con menos tiempo libre (en general), menos tiempo para
reflexionar, menos tiempo para simplemente… ser?
Sócrates dijo: “Una vida sin examen, no merece ser
vivida.”
¿Cómo se supone que podemos vivir, reflexionar,
ser o convertirnos en humanos completos si estamos constantemente ocupados?
Esta enfermedad de estar “ocupado” es
intrínsecamente destructiva para nuestra salud y bienestar. Debilita la
capacidad de concentrarnos completamente en quienes más queremos y nos separa
de convertirnos en el tipo de sociedad que tan desesperadamente clamamos.
Desde los años 70 hemos tenido tantas innovaciones
tecnológicas que nos prometimos hacer nuestras vidas más fáciles, más rápidas,
más sencillas. Aun así, hoy no tenemos más tiempo disponible que hace algunas
décadas.
Para algunos de nosotros, “los privilegiados”, las
líneas entre el trabajo y la vida personal desaparecen. Siempre estamos con
algún aparato. Todo el tiempo. Tener un Smartphone o un ordenador portátil
significa que deja de existir la división entre la oficina y nuestra casa.
Cuando los niños se van a la cama, nosotros nos conectamos.
Una de las rutinas diarias es revisar una
avalancha de correos. Estamos constantemente enterrados bajo cientos y cientos
de correos, y no tenemos ni la más remota idea de cómo detenerlo. Oímos hablar
de diferentes técnicas: respondiendo sólo por las mañanas, no respondiendo los
fines de semana, diciéndole a la gente que nos comuniquemos cara a cara… Pero
siguen llegando, en cantidades ingentes: correos personales, correos del
trabajo, incluso híbridos. Y la gente espera una respuesta a esos correos.
Ahora, resulta que quien está demasiado ocupado
soy yo.
La realidad es muy diferente para otros. Para
algunos, tener dos trabajos en sectores mal pagados es la única forma de
mantener una familia a flote. El veinte por ciento de los niños de muchos nuestros
países viven en la pobreza y muchos de sus padres trabajan por salarios mínimos
para poner un techo sobre sus cabezas y algo de comida en la mesa. También
están muy ocupados.
No tiene que ser así.
En mi opinión creo
que se debería vivir con
más calma. Menos acelerado. Creo que se debe disfrutar de lo
que se tiene y no añorar lo que podría tenerse. Muchas veces estas cosas
suceden porque uno no
está satisfecho consigo mismo y busca en la acción, en hacer
muchas cosas, el evadirse
de esa insatisfacción. Pero ese no es el remedio. Ese es un remedio pasajero en
cuanto le hace a uno olvidarse de su situación, pero la causa de la
insatisfacción, el que uno no se acepta a sí mismo, sigue allí presente.
El remedio es transitar
un camino, sinuoso quizás, pero vale la pena:
Aceptarse cada uno tal como es y aceptar las
circunstancias en las que le toca vivir. Disfrutar de lo que uno es y de cómo uno es.
Sin añorar cualidades que uno ve en otro y sin echar la culpa a las
circunstancias externas con las que a uno le toca vivir. Porque dificultades externas siempre habrá. Es cómo
nos enfrentamos a esas dificultades lo que determina que gobernemos sobre ellas
o que nos dominen.
Vivimos como decidimos vivir: amargados o dueños de nuestra vida.
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